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martes, 13 de noviembre de 2012

¿Por qué España no sale de esta?

HOLM-DETLEV KÖHLER PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO Lo que más me preocupa de la grave situación actual de España es que no escucho ni leo ni un solo análisis sensato de los orígenes y posibles soluciones de la actual crisis económica-social-institucional. Incluso me veo medio paralizado de opinar del tema porque me siento solo en una nube mientras todos los demás hablan desde una perspectiva muy alejada. España vive dos círculos viciosos explosivos: uno de malas políticas que generan malos resultados que generan peores políticas?; y otro que el agobio de la gente y la incompetencia política generan discursos cada vez más simplistas y populistas con el triunfo final de la ideología secular de menor exigencia intelectual: el nacionalismo. Todos sabemos qué es un nacionalista, pero lo que es un liberal, conservador, socialista, republicano, etcétera, no lo saben ni ellos. Además, el nacionalismo no necesita definir un proyecto positivo porque vive mucho mejor del enemigo construido: de momento los mejores enemigos son los alemanes (la Merkel y la banca alemana) y los catalanes, y los dos responden al mismo nivel: los PIG y los españoles. En este clima de bajísima intensidad intelectual no pueden surgir propuestas sensatas para problemas muy complejos.

En una crisis económica los mayores ingredientes para un discurso decente deberían venir de las facultades de Economía, de los/las economistas. Pero precisamente de ahí viene no sólo la legitimación de las malas políticas, sino además la mala calidad de las supuestas alternativas. No hay día en que un economista no proponga bajar los sueldos y recortar los gastos públicos para ganar productividad y empleo (la famosa devaluación interna). Yo mismo escuché a un catedrático de Economía espetar a un sindicalista: ¡pero a este precio no hay empleo para tanta gente! Habría que contestar a estos economistas: calcúlanos el precio y bajamos los salarios a este nivel (sea un 15% o un 20% menos); pero si después de un año, en vez de tener un equilibrio en el mercado laboral, tenemos una depresión profunda con más paro, menos empresas, menos competitividad, menos consumo, menos ahorro, menos inversión en I+D+i y una fuga masiva de capitales y mano de obra cualificada? vamos a mandar al paro a todos los economistas que enseñan este tipo de ciencia y pasar los contenidos de estos manuales a la historia de ideologías fracasadas. Así, por lo menos, nos habremos quitado una lacra de nuestras universidades y mejorado la formación de nuestros economistas. Afortunadamente no podemos realizar este tipo de experimento y sólo un esfuerzo común de aumentar la calidad intelectual de nuestras sociedades nos puede salvar de la continuidad de este pensamiento tan dominante como dañoso.

Pero escuchando a los denominados «críticos» o «heterodoxos» de la supuesta izquierda, a los economistas alternativos, nos encontramos con el mismo bajo nivel. Con el «no a los recortes» y el aumento del gasto público sólo aliviamos algunos efectos negativos de la crisis a corto plazo, pero no generamos una economía más competitiva capaz de crear empleo y, además, elevamos la deuda pública a niveles insostenibles. Mientras los ortodoxos dominantes viven en la seguridad de que no se les puede demostrar experimentalmente su ignorancia, los alternativos de la izquierda viven en la seguridad de que nunca se les va a hacer caso e incluso con gobiernos de izquierda gobiernan los ortodoxos. Los dos juntos nos hunden en la miseria y nos dejan sin alternativas a elegir democráticamente.

Seamos un momento optimistas y supongamos que nuestra banca sea recapitalizada y nuestros vecinos del euro vuelvan a crecer. Esto significaría un importante alivio para la economía española con la demanda externa en aumento y posibilidades de financiación para proyectos empresariales y créditos privados. Pero incluso en un contexto tan positivo, el paro se mantendría alto, la competitividad baja, los ingresos del Estado bajos y los gastos sociales altos. El problema de fondo sigue ahí.

«Este tío va de listo criticando a todos y no propone nada», sería la reacción típica en este momento en una sociedad de baja intensidad intelectual. A pesar de contar con una larga lista de publicaciones con propuestas alternativas, voy a indicar al menos la idea de un cambio de rumbo, aunque con la misma seguridad de los demás: nadie es capaz de hacerme caso porque hemos perdido no sólo capacidad para un debate público de calidad, sino además la capacidad de gobernar, de diseñar políticas eficaces. La historia económica de España nos enseña que sólo se genera un fuerte crecimiento de empleo en burbujas excepcionales que después se convierten en graves crisis (la I Guerra Mundial o la reciente burbuja inmobiliaria) o cuando el Estado establece nuevas condiciones favorables para la iniciativa privada, una iniciativa que jamás ha surgido como consecuencias de desregulaciones, privatizaciones o retiradas de la iniciativa pública. La industrialización del norte de España en el siglo XIX fue resultado de políticas proteccionistas, exenciones fiscales, capturas de empresarios foráneos e inversiones públicas, principalmente en el ferrocarril. A mediados del siglo XX, el régimen de Franco creó los «polos de desarrollo» con políticas de atracción de inversión foránea para así industrializar gran parte del país. Finalmente, la adhesión a la Comunidad Económica Europea convirtió España en un lugar preferido de inversiones foráneas en búsqueda de acceso barato al mayor mercado común del mundo. Estas situaciones políticas excepcionales empujaron la economía española temporalmente hacia un crecimiento sostenido mientras la normalidad era la falta de iniciativa privada, la insuficiencia e ineficacia de la iniciativa pública y el subempleo. Con la actual crisis, España ha vuelto a esta normalidad lastrando, además, las consecuencias de una burbuja mal gestionada y sin la posibilidad de crear nuevos contextos políticos excepcionales para la atracción de inversión extranjera.

En esta situación bastante dramática sólo veo una salida: abandonar las medidas ad hoc a corto plazo para concentrar recursos en una estrategia de desarrollo e inversión en sectores con perspectivas de crecimiento en el futuro. A falta de iniciativa privada y de inversores extranjeros, sólo el Estado puede liderar esta estrategia, pero no a través del gasto sino a través de inversiones estratégicas. En una acción coordinada entre las distintas administraciones hay que definir sectores estratégicos, reunir empresarios, investigadores, sindicalistas y banqueros para crear una masa crítica de conocimientos y capital. Las políticas de formación profesional y continua, de I+D+i, de logística y transporte, de incentivos fiscales, etcétera, deben orientarse a esta estrategia transversal. Esto no es otra cosa que la vieja idea del «cluster» y «distrito industrial» que sigue dando muy buenos resultados en regiones del sur de Alemania, de Dinamarca y, también, en el País Vasco. En el mundo actual, España ya no puede competir a través de la devaluación de su moneda ni de sus recursos humanos y naturales, sólo puede competir con productos y servicios inteligentes fomentados por políticas inteligentes.

El desastre de la política económica se evidencia en la destrucción de dos pilares fundamentales de una estrategia inteligente a medio plazo: la negociación colectiva y entidades financieras con compromiso con la economía regional. Las últimas reformas laborales no sólo incentivan el despido, es decir, la flexibilidad externa, en vez de incentivar la inversión en capital humano y su ajuste a las nuevas exigencias de producción, es decir la flexibilidad interna; sino que, además, debilitan la negociación colectiva y dotan al empresario con el poder unilateral de imponer las condiciones laborales. Así se profundiza todavía más en un problema tradicional de la economía española: la falta de participación y de compromiso de los trabajadores con los objetivos de la mejora de productividad y competitividad de sus empresas. Una eficaz política económica de fomentar clusters competitivos regionales requiere instrumentos financieros de inversión y participación estratégica. Unas cajas de ahorros con vinculación al territorio y bien vigiladas por un banco central podrían cumplir con esta función y la gran mayoría de las cajas estaba en condiciones de convertirse en este tipo de instrumento financiero. La reforma financiera de los dos partidos mayoritarios del país, sin embargo, acaba con las cajas, las obliga a convertirse en bancos y recapitalizarse en el peor momento posible, cuando no hay capital inversor. El resultado son nuevos bancos insolventes, cajas descapitalizadas, obras sociales desmanteladas, la falta de crédito para pymes y hogares, y enormes costes para el Estado con un adicional efecto negativo para el endeudamiento público.

Vamos a seguir pagando la falta de inteligencia de los actores político-económicos españoles durante muchos años. Es cierto que una política económica europea contra la especulación y los paraísos fiscales ayudaría mucho y que el Gobierno alemán es el máximo responsable de su ausencia; pero la falta de inteligencia económica es el problema de fondo español. Si se hubiera aprovechado más de una década de dinero fácil y barato para construir edificios inteligentes (de alta calidad y bajo consumo energético), infraestructuras y urbanizaciones inteligentes, administraciones inteligentes (con tecnologías de participación ciudadana y servicios de alta calidad y poca burocracia) con un sistema de financiación inteligente para las autonomías y municipios, un sistema educativo y formativo inteligente, y, sobre todo, para incentivar en las empresas políticas de recursos humanos y de innovación, la España de hoy sería muy diferente. Lo que hemos creado en su lugar son edificios de baja calidad y despilfarro energético, construcciones faraónicas sin utilidad y con altos costes, unas urbanizaciones insostenibles, unas administraciones corruptas y clientelistas, unos servicios públicos deficientes, unos empresarios cortoplacistas y poco innovadores y unas deudas privadas y públicas que nos ahogan. En una economía basada en el conocimiento, la falta de inteligencia se paga muy cara.
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Publicación En La Nueva España del día 5-11-2012. Un análisis muy interesante y constructivo.